CAPITULO II: GLOBOS

 -Susan me preguntó quién era el payaso. Le respondí: '¿Acaso no le reconoces?' Ella me dijo que no. Decidí no revelarle todo sobre ti y dejé que te presentaras cuando consideraras oportuno. Así que le dije que te llamas Arturo y trabajas en una fundación aquí en el hospital central. No entiendo por qué te fuiste el primer día y no entraste. ¿Y por qué sigues viniendo a verla por la ventana sin atreverte a entrar? 

-Soy tímido y torpe con las mujeres. Especialmente con ella. ¿Qué podría decirle?" 

María lo miró con descontento. 

-No te preocupes más, señor Arturo. Eres un payaso, y los payasos dicen muchas cosas sin mostrar su verdadero rostro. 

Esa idea le dio a Arturo una valiente y arriesgada idea. A las 11:43 de la mañana, decidió entrar a la sala de quimioterapia. Sus pasos, dados con enormes zapatos de colores, eran torpes y lentos, ya que sus piernas dudaban al caminar, lo que lo hacía parecer más inseguro. Susan fijó su mirada en Arturo y él se detuvo frente a ella. Ella le sonrió. 

"¿Cómo te llamas?", le preguntó. 

Arturo razonó que Susan no reconocía su rostro bajo todo ese maquillaje de colores y nariz roja, lo que le hizo sentir mejor y más confiado. Intentó decirle su nombre, pero en ese instante se le ocurrió un pequeño juego. Llevó la mano derecha a su bolsillo de traje de payaso y sacó un globo amarillo, soplando dentro de él. Cada soplo era como un gran beso para Susan, uno de esos que nunca le había dado. Ató aquel globo rojo y escribió en él: "Mi nombre es Pink". 

- ¡Encantada de conocerte, Pink! Soy Susan Blue. 

Escribió en el globo con una risa: "La mujer más hermosa de la sala de quimioterapia, jajaja".  

- Me haces sonrojar, querido payaso. Aunque siendo la única mujer aquí, supongo que mis compañeros de desventura estarán de acuerdo contigo - escribió de nuevo.  

-mil disculpas señora Susan- escribió Arturo. 

- No me llames señora, ¿me veo tan vieja y mal? ¿Acaso no soy la más hermosa de la sala de quimioterapia? - guiñó un ojo.  

- No se ofenda, SEÑORITA Susan. No pretendía ser descortés - respondió escribiendo.  

- ¡Has escrito señorita con mayúscula! - dijo. - Eso parece una burla, pero aparte de eso, has sido descortés desde que te asomaste por la ventana mil y una veces sin entrar.  

Escribió en uno de los últimos espacios: "Mil y una disculpas por eso, es que no sé cómo comportarme con la mujer más hermosa de la sala de quimioterapia".  

Susan se sonrojó, lo miró y dijo: - Querido Pink, ten cuidado, estoy comprometida. Apenas me conoces y ya dices que soy hermosa - luego se rio -. Además, sé que mientes respecto a eso.  

-"No miento. Es hermosa".  

- Mejor dejémoslo aquí - dijo -. ¿Solo escribes? No hablas.  

Susan decidió no seguir hablando de eso y rechazó la sutil y torpe coquetería. Sin el maquillaje en su rostro, Arturo no se habría atrevido a acercarse ni decir una palabra. Con maquillaje o no, Susan habría reaccionado igual y habría puesto un alto a esa conversación. Entonces, Arturo le escribió: "Así es, no puedo hablar. Solo puedo decir Pink para dar las gracias, para despedirme, para saludar, para pedir comida, para todo. Espero que algún día me entiendas".  

- Pink, pink, pink, pink, pink - dijo Susan cuando terminó de leer. - ¿Sabes qué te dije?  

- Pink - negó con la cabeza.  

- Te dije: espero que vuelvas mañana para hablar - concluyó Susan.  

Esa frase alegraba su corazón enormemente. Sin planearlo, le estaba pidiendo que volviera al día siguiente y, de manera sutil y armoniosa, había terminado la conversación con el payaso. Susan no deseaba hablar con nadie en ese momento, estaba sumida en una profunda tristeza por su enfermedad y el estado de su relación con Hugo, y esos pensamientos la atormentaban. 

Arturo se sintió profundamente conmovido por ese encuentro inesperado. Estuvo a punto de abrazar a Susan, pero se detuvo. En su lugar, le dio una amigable palmada en el hombro y buscó en sus bolsillos otro globo para seguir charlando. Sin embargo, no encontró ninguno y, con una sensación de gratitud, se marchó hacia la puerta. Susan se sintió afortunada de no tener que seguir hablando con un desconocido y se despidió moviendo su mano cerca de la puerta. Arturo salió de la habitación, ignorando a los demás pacientes, y no pudo dejar de pensar en lo que acababa de suceder. Le pareció tan increíble que decidió regresar al día siguiente con más globos. No dijo nada a Dormitar sobre lo ocurrido, pensando que era mejor guardarlo para luego y sin sentir presiones de un gato. 

 

Al día siguiente, a las 11:43 de la mañana, Arturo entró en la habitación de Susan con un manojo de tres globos en la mano. Tenía un globo verde para preguntarle sobre su estado de ánimo, uno rojo para indagar sobre su pareja, y uno amarillo para conocer sus gustos. Aunque estaba ansioso por saber más sobre Susan, no se dio cuenta de lo incómodo que podía resultar interrogarla de esa manera.  

—¡Hola, señorita! —saludó Arturo con entusiasmo, moviendo la mano en un gesto amigable— 

-Veo que trae más globos para conversar. Entonces, empecemos. 

Decidió comenzar con el globo amarillo, ya que esto le permitiría abordar temas más sutiles antes de adentrarse en sus emociones y su relación con Hugo Suárez. Aún resonaba en su cabeza el comentario enigmático de María: "Susan Blue está comprometida, aunque aquel hombre no la...". Arturo se detuvo un momento para reflexionar sobre la información que podría obtener de Hugo. "No importa. Solo tenga cuidado", fue lo que le dijo María. Pero ¿de qué debía cuidarse? ¿Qué secreto había oculto sobre Hugo? Arturo esperaba obtener algunas pistas sutiles y ganarse su confianza. 

Escribió en el globo amarillo: "¿Cuál es su color favorito?" 

—Rosa —respondió Susan. 

Luego, escribió en otro globo: "¿Cuál es su comida preferida?" 

—Las pastas, indiscutiblemente —contestó ella. 

Arturo continuó la conversación escribiendo en el tercer globo: "¿Cuál es la actividad que más le gusta?" 

—Por ahora, subir a la cima de una montaña para recordarme quién soy —dijo Susan con determinación.  

Arturo sintió que había llegado el momento de profundizar y preguntó: "¿Quién es?" 

Susan lo miró, entreabrió los labios y pronunció con valentía: "Soy valiente". 

Arturo sonrió y continuó el diálogo: "Entonces tiene la valentía de hablar sobre cualquier tema. ¿Hay alguno en particular que le gustaría abordar?" 

Susan dejó de mirarlo y dirigió sus ojos hacia la puerta blanca de la sala de quimioterapia. Su mirada se perdió allí mientras organizaba sus emociones, y Arturo la observaba en silencio. En ese instante, notó que el cutis de Susan, ahora más pálido de lo habitual, era perfecto, sin ninguna imperfección ni mancha. Su belleza facial era simétrica y proporcional, alineada con las tres líneas imaginarias que dividían su rostro en tercios idénticos: una por la línea de los ojos, otra por la base de la nariz y la última por la línea de la boca. Y sus labios, pequeños y bien definidos, eran perfectos para ser besados. Arturo deseaba besar a Susan Blue y probar sus labios, su esencia, sus gustos y su amor. Se preguntaba cómo sabría Susan. Tal vez, si la besara, se perdería en ella y se volvería más adicto a su presencia que al café de las mañanas. Para él, bastaría con saborear sus labios y el brillo de sus ojos. 

De repente, Susan dirigió su mirada hacia Arturo y se ruborizó por la forma en que él la miraba. 

- ¿Quién es usted, señor Pink, para mirarme de esa manera? - preguntó con curiosidad. 

Arturo se quedó atónito ante su cuestionamiento. Aunque no quería revelar su identidad en ese momento y había visitado a Susan con el rostro pintado de payaso, sus ojos traicionaban sus sentimientos. Era evidente que, a pesar de todo el maquillaje y la barba, su mirada era suficiente para mostrar lo que surgía en su interior sin que él se diera cuenta. 

"La verdad está en los ojos", pensó mientras escribía en el globo rojo. 

- Así es, señor Pink, y sus ojos comienzan a revelarlo - respondió Susan, captando la esencia de lo que él quería transmitir. 

Arturo decidió indagar más en la vida de Susan para comprender su situación. 

"¿Está usted casada?", preguntó con cautela. 

Susan tomó aire y respondió de una manera sorprendente para Arturo. 

- Vivo con alguien. Su nombre es Hugo Suarez. Lo conozco desde hace aproximadamente 10 años - confesó. 

Curioso por saber más, Arturo se aventuró a preguntar sobre sus sentimientos hacia Hugo. 

"¿Lo ama?", inquirió con delicadeza. 

Susan reflexionó por un momento y respondió con franqueza. 

-Creo que no, pero no está mal estar con alguien por gratitud - admitió, revelando una faceta desconocida de su vida.  

Arturo respetó la respuesta de Susan y decidió no juzgar ni dar su opinión al respecto. Quería conocer más detalles de su vida. 

"¿Tiene hijos?". 

Susan asimiló la pregunta y respondió con ternura. 

-Sí, actualmente tengo uno de 7 años. Se llama Juan.  

La información dejó a Arturo desconcertado. A pesar de que Susan siempre había tenido el derecho de hacer lo que quisiera con su vida, nunca se le había pasado por la cabeza que ella pudiera tener un hijo. Pensó que ese niño debía ser hijo suyo y de Hugo Suárez. Arturo se sintió envidioso, pero decidió acercarse más a Susan, ya que, si ella había confesado tener un hijo y decir que estaba con Hugo por gratitud, entonces seguramente ya no amaba a su pareja. Supuso que debía estar muy herida para contarle eso a alguien que apenas conocía. Iba a seguir escribiendo sobre el globo rojo, pero Susan puso sus manos sobre él y le dijo que podían dejarlo para otro día. Arturo entendió que ella no quería hablar de su pareja y su hijo. 

Luego tomó el globo verde y escribió: "¿Cómo te sientes?". Susan suspiró al leerlo, parpadeó un par de veces y respondió que no deseaba hablar más por ese día. Agradeció la visita de Arturo y él se disculpó por cualquier inconveniente. Susan le dijo que no se preocupara, que su pregunta no era incorrecta, solo que ella no se sentía con la energía para responder en ese momento. Se despidieron y Arturo le dio un suave golpecito en la espalda, diciéndole que nos veríamos mañana. 

 

Al llegar a casa, Dormitar sorprendió a Arturo tapándole la cara con una cinta roja y lo mantuvo así durante un par de horas. Luego de despertarlo, le ordenó que escribiera una nota en una hoja de cuaderno.  

 

Señorita Susan:  

He tenido encuentros con usted por segunda vez y de forma directa, aunque aún no sabe quién soy yo. Bajo mi maquillaje de payaso no da cuenta que nos conocimos hace diez años en el batallón del ejército mientras prestaba servicio militar y usted solo iba los fines de semana por mero hobby. Los dos encuentros de estos días me han resultado muy excitantes y yo no estoy acostumbrado a tales emociones. He sentido como la adrenalina me toma y me envuelve, y luego usted me mira con sus hermosos ojos verdes cuya pupila contiene un girasol bien formado, que me envían al cielo. Tal ha sido la sensación que desde que la vi y escuche su voz no he tenido necesidad de tomar una sola taza de café, y hago cuentas de ello y me percato que tal hecho nunca me había sucedido; es como si usted llenara cada parte de mí con su presencia, pues su estado físico por lo pronto no es que me importe mucho. No me explico la razón por la cual después de diez años no la he olvidado. Es decir, la había borrado, pero luego la tengo frente a mí y las mariposas comienzan a comerme por dentro como un niño que apenas se enfrenta a sus gustos con una mujer. Me comen el estómago y me quitan el hambre, me comen la garganta y la lengua y no logro pronunciar palabra, se toman el agua de mi cuerpo y siento la boca seca, se comen a su vez mis ojos y no logro ir más allá que donde usted se encuentra. Odio por momentos a estas mariposas señorita Susan ¿Está bien sentir de tal forma?  

 

Atentamente, Arturo Jerez 

 

 

Después de escribir, Dormitar interrogó a Arturo con cierto enojo por no estar al tanto de los encuentros entre él y Susan, pero también con una satisfacción evidente porque eso lo acercaba más a ella. 

- ¿Por qué quieres estar cerca de Susan? Me dijiste que no conocías a ninguna mujer, pero aun así te alegras de que nos hayamos encontrado. 

-No me atrevo a responder a esa pregunta - dijo Dormitar - ya te he dicho que no conozco a ninguna mujer. Pero permíteme preguntarte algo, ¿no has considerado desarrollar un gusto por los hombres? 

-En serio, estás loco - le respondió Arturo - las mujeres y los hombres son muy diferentes. 

- ¿Cómo son los hombres? - preguntó Dormitar. 

-Son como tú: duros y toscos. Sin mucho encanto. 

- Y las mujeres, ¿qué piensas de ellas? - cuestionó atentamente, sin mover ni una sola oreja para evitar distracciones. 

-Las mujeres, en cambio, son más suaves y sensibles, con curvas hermosas y definidas, más sensatas y razonables. 

- ¿Cómo sabes que son más razonables? 

- Mira, señor Dormitar, soy un hombre que habla con un gato. ¿Te parece eso algo razonable para un hombre? 

- No, la verdad que no. Supongo que, si alguna vez le cuentas a alguien sobre mí, te preguntarán: ¿Cómo es eso de hablar con un gato? Entonces, diles que soy más que eso. Que soy Dormitar y que, incluso dormitando, se pueden hacer muchas cosas. 

-Lo tendré en cuenta cuando alguien me haga esa pregunta - le respondió Arturo. 

-En cuanto a lo de ser suaves, sensibles, con curvas definidas, eso suena a sexo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que tuviste relaciones íntimas? - dijo Dormitar. 

-Creo que esa pregunta no viene al caso, señor Dormitar. Y si así fuera, jamás la respondería.  

- Oh, claro, porque si hablamos de sexo, deberíamos buscar a un hombre. Ellos sí que saben de esas cosas, ¿verdad? 

- Bueno, no deberías afirmar esto ya que nunca has conocido a una mujer, especialmente cuando mencionas a "Juana la loca" en tu carta. ¿Acaso no era mujer? 

- Sí, era del sexo femenino, pero no encaja en mi concepto de mujer, ya que le gustaban otras mujeres. Me parece un poco ridículo meter a "Juana la loca" en esa categoría. Además, llegó a mí por su estilo de vida, creo que fue una excepción. Aunque siendo conservador, aún pienso que las mujeres deben ser sumisas, al estilo de la antigua china. 

- Vaya, eres bastante cerrado de mente - le dijo Arturo - Cuéntame más sobre Juana. 

- No ahora. Pero dime, ¿a qué crees que sabe, huele y se siente el sexo de una mujer? 

- El aroma de una mujer es una combinación de sudor, excitación y poder. Su sexo no es repulsivo ni huele a pescado en mal estado, ni a muerte, ni a ostras, ni a bacalao. Y desde luego, tampoco huele a aire, a nubes, a concepción inmaculada ni a una blanca blusa de lino ondeando en el tendedero. Es un olor femenino que todo hombre, al menos todo hombre hetero, desea tener y sentir. Es un olor a fluidos, a humedad, a mujer, a sexo, a vida. Sin prejuicios machistas aprendidos y a pesar de tener poca experiencia con ellas, veo esos genitales como algo apetitoso, deseable y extremadamente excitante. Me encanta su textura, su sabor y su aroma. No es en vano que esté diseñado para atraernos a los hombres por naturaleza. Es toda una gama de fragancias, un olor a sensualidad femenina. 

- No me convences con tus argumentos, señor Arturo. 

- ¿Acaso eres gay? - preguntó Arturo a Dormitar, ya que este último parecía bastante obsesionado con el tema. - Tranquilo, confía en mí, señor Dormitar. 

- No soy lo que crees que soy. Soy como un gato, sin sexo ni orientación sexual. Ahórrate tus conjeturas.  

 

Señor Dormitar:  

 

Siempre que veo una casa llena de plantas y arbustos bien cuidados imagino que está habitada por un anciano, más aún cuando veo gatos o perros gordos y aburridos asomados en las ventanas. A la vez pienso que ese anciano quizás debe sentirse solo, o quizás encontró en las plantas y los animales la tranquilidad que las personas no le pueden brindar, que quizás esta mejor así. Me cuestionaba además ¿hablan con las plantas mientras le ponen abono y agua con una regadera?, y sentía pena por ellos. ¿Cómo es eso de hablarle a un arbusto o a una mascota? Ahora míreme a mí, hablando con usted, siento pena por mí. Lo curioso es que yo sí disfrutaba de la soledad hasta que usted llego y se puso con sus sesiones y escritos y esas cosas. Y parece que solo quiere hablar de Susan, pero no confía en mi para esmerarme más con las charlas y encuentros, aunque siendo honesto, se me acaban las ideas de una conversación con globos, es que es tedioso escribir y que ella hable y que me lea, y hacer eso de forma repetitiva. ¿Por qué mejor no se va de mi casa? es que estaba mejor así… se me ocurre entonces cometer gaticidio, es decir, homicidio en un gato. Creo que disfrutaría mucho ver, incluso, como me hago el pendejo mientras alguien se lo roba por la ventana. Que delicado y poco agradable es señorita Dormitar, que delicado es.  

 

 Atentamente: yo. 

 

Mientras tanto el amanecer se colaba tímidamente por las rendijas de la persiana, iluminando la habitación donde Susan y Hugo dormían. Ella, inquieta y con el corazón pesado, se deslizó fuera de la cama, envuelta en una toalla roja que apenas disimulaba su cuerpo curvilíneo. Sus sandalias fucsias, un regalo de su madre tras una dura sesión de quimioterapia, resaltaban sobre la blancura de la baldosa. Se dirigió a la habitación contigua y marcó el número de su madre. Su voz, cargada de preocupación, se deslizó por la línea telefónica. La relación con su madre nunca había sido fácil, pero en esos momentos de fragilidad, buscaba su apoyo incondicional. Al colgar, regresó a la habitación donde Hugo aún dormía plácidamente. La imagen de su esposo, tan ajeno a su tormento interior, la llenó de una tristeza profunda. Recordó los días felices, cuando el amor florecía entre ellos y soñaban con formar una familia. Pero el cáncer había irrumpido en su vida, sembrando dudas y resentimientos. Sus ojos se posaron en su reflejo en el espejo. La enfermedad había dejado su huella en su cuerpo, minando su confianza y su autoestima. Añoraba sentirse deseada, amada, pero la quimioterapia había apagado la llama de la pasión que antes ardía entre ellos. "Hugo", lo llamó con voz suave, "necesito que me lleves a la quimioterapia. Y antes, por favor, cómprame las medicinas". 

Él abrió los ojos, somnoliento. Al ver su cuerpo semidesnudo, una sonrisa lasciva se dibujó en su rostro. "Mi amor, ¿por qué no nos duchamos juntos? Hace tanto que no lo hacemos". 

Susan sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La propuesta de Hugo la avergonzaba y la irritaba a partes iguales. "No, Hugo, no quiero", respondió con firmeza. "Solo quiero que hagas lo que te pedí". 

Él insistió, su voz cada vez más insistente. "Tus curvas me vuelven loco, Susan. No entiendo por qué me rechazas". Ella lo miró a los ojos, tratando de encontrar una pizca de empatía, de comprensión. Pero solo vio deseo, una necesidad egoísta que la ahogaba. "Hugo, no soy la misma. El cáncer me ha cambiado. Necesito tiempo para sanar, para volver a ser yo". Sus palabras resonaron en la habitación, llenando el silencio de una tensión palpable. Susan se sentía atrapada en una situación que la superaba. El amor que una vez había sentido por Hugo se había transformado en una mezcla de resentimiento, miedo y tristeza. 

Todo había comenzado hace tiempo, cuando Hugo intentaba acercarse a Susan de manera íntima, pero ella, debilitada por su enfermedad, no podía responder a sus deseos. Hugo se sintió frustrado y justificó su comportamiento como una necesidad de desahogarse. Sin embargo, su forma de hacerlo fue dañina y engañosa. A pesar de permanecer al lado de Susan durante su proceso de quimioterapia, Hugo la engañaba y minaba su confianza. Sus palabras crueles la hacían sentir insegura y menospreciada como mujer. En un momento de gran tensión, Hugo le gritó a Susan que sería mejor que muriera, insinuando que su incapacidad para concebir la convertía en un ser sin valor. Este recuerdo doloroso atormentaba a Susan, acelerando su corazón y dejándola sin energías. A pesar de todo, Hugo afirmaba constantemente que buscaba satisfacerse, pero Susan estaba perdida, sin saber qué hacer. Susan se marchó al baño y puso seguro en la puerta. Se encontraba bajo la ducha, intentando calmar su mente y su cuerpo después de una larga y difícil semana. El agua cálida resbalaba por su piel, intentando lavar sus preocupaciones y miedos. Pero al salir, se encontró con Hugo, quien estaba sentado en la cama, con una expresión de enfado en su rostro. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda al verlo. Quería expresarle su odio y su frustración por todo lo que había pasado, pero al mismo tiempo, sentía un profundo deseo de recuperar lo que habían perdido: la confianza, el amor, la conexión que una vez habían compartido. Se acercó a Hugo, intentando calmar su enojo. Quería hablar con él, explicarle cómo se sentía, pero las palabras se atascaban en su garganta. Al mirarlo, recordó todas las traiciones, las mentiras, el dolor que le había causado. No pudo seguir adelante con su plan. Hugo seguía enfadado, pero Susan pudo ver la vulnerabilidad en sus ojos. Ella sabía que debía encontrar una manera de conectar con él, sin sacrificar su propia dignidad. Quería ayudarlo a entender su perspectiva, a ver el daño que había causado. 

- ¿Estás enfadado? - se atrevió a preguntar. Se sentó en la esquina de la cama y, bajando la toalla, se colocó el sostén. Hugo la miró. Susan sentía que la observaban y no se equivocaba, y eso le hizo tener un poco de miedo, temiendo ser golpeada como Hugo había hecho en el pasado. Aquel golpe no fue fuerte, pero la situación era amenazadora. Susan cogió su pelo mojado con ambas manos y lo colocó sobre su hombro derecho, mirando hacia ese lado para poder observar a Hugo, esperando que se acercara mientras estaba en alerta. Él no se movió para evitar ser rechazado de nuevo. Mientras Susan se agachaba para tomar algo de un cajón, Hugo se sintió atraído por ella. Se levantó de la cama y se sentó a su lado, intentando acercarse. Pero Susan sintió asco y repulsión, recordando las veces que Hugo la había herido. Hugo intentó besarla y acariciarla, pero Susan se sintió incómoda. Su erección era palpable, pero a la vez crecía el sentimiento de repulsión en Susan. Ella se seguía sintiendo atrapada y confundida, sin saber qué hacer. En ese momento, Susan se dio cuenta de que debía tomar una decisión. Podía seguir permitiendo que Hugo la hiriera, o podía encontrar la fuerza para alejarse de él y cuidar de sí misma. La elección no sería fácil, pero sabía que debía hacerlo. En un instante, Susan se levantó y se apartó de Hugo, tomando la toalla roja del suelo para cubrirse nuevamente. Por su parte, el hombre se encontraba enfadado, su rabia se derivaba de la frustración de no poder tener relaciones sexuales con Susan y de ser rechazado continuamente. Volvió a la cama, con la intención de dormir de nuevo y evadir así la responsabilidad de acompañar a Susan a tomar sus medicamentos y a su cita de quimioterapia. A pesar de las dificultades y las palabras hirientes de Hugo, Susan se levantó con determinación, decidida a enfrentar su tratamiento y encontrar la fuerza para superar este obstáculo en su vida. La adversidad solo hacía crecer su valentía y su espíritu de superación personal. Después de un momento tenso, Susan le pidió a Hugo que la llevara al hospital, donde debía recibir su tratamiento de quimioterapia. Hugo aceptó, y juntos salieron de la habitación, con una sensación de resignación y tristeza. El silencio entre ellos era pesado, lleno de emociones no expresadas. Mientras conducían hacia el hospital, Susan no podía evitar pensar en lo que había pasado, en cómo su relación había cambiado, en cómo el amor se había convertido en odio y desconfianza. Quería llorar, gritar, pero se contuvo. No quería mostrar debilidad frente a Hugo. Al llegar al hospital, Susan se preparó para su tratamiento, intentando mantener la calma. Hugo se sentó a su lado, en silencio, mirando al suelo. Ella sabía que debía perdonarlo, pero no podía. Aún no. 

 

Arturo continuó su ritual diario de hablar con Susan a través del juego de los globos durante varios días. Sin embargo, algo había cambiado. Ya no utilizaba globos rojos ni verdes, esperando que ella tomara la iniciativa de hablar sobre Hugo Suárez y su estado de ánimo. Un día, a las 11:43 de la mañana, Arturo entró en la sala de quimioterapia y encontró a Susan con un globo negro sobre sus piernas. Se dio cuenta de que ella lo estaba esperando y que esta vez sería ella quien iniciaría la conversación. "Hola, señor Arturo", dijo Susan apenas lo vio. Arturo se sintió intrigado por su formalidad. "Pink", respondió, esperando a ver qué pasaría. "Miré, traje mi propio globo negro", dijo Susan, sonriendo. "Así que pregúnteme cualquier cosa en él. Lo que quiera y yo responderé". 

Arturo tomó el globo y escribió una pregunta con el marcador negro: "¿Sabe quién soy?" Era lo único que le interesaba saber, ya que ella lo había llamado por su verdadero nombre. La pregunta no era legible debido al color del globo y del marcador. Susan se rio y dijo: "Es una lástima que no pueda ver lo que escribió". Arturo entendió que Susan había planeado ese encuentro meticulosamente y sabía dónde quería llevarlo. "Es hora de escuchar su voz, señor Arturo", dijo ella. "Y lo llamo por su nombre porque hoy no quiero que sea Pink. Quiero que sea Arturo". Esta situación lo dejó en un dilema. ¿Sabía ella su nombre y apellido reales? ¿Se lo habría revelado María? ¿De qué podía hablarle a Susan sin que ella lo reconociera y, al mismo tiempo, sin aburrirla? Se sentó frente a ella y la observó sin decir una palabra. "¿De qué desea que hable?", le dijo con voz tímida. "De ti", respondió Susan. "Su edad. Sus gustos. Dónde vive. Si está casado. Si tiene hijos. Todo lo que se te ocurra sobre ti". Arturo se sintió emocionado y nervioso al mismo tiempo. ¿Qué podía revelar sobre sí mismo sin poner en riesgo su identidad? ¿Qué podía compartir con Susan para mantenerla interesada en el juego de los globos? 

Susan observaba atentamente a Arturo mientras él hablaba, con una mirada que parecía buscar algo más allá de sus palabras. Sin rodeos, él decidió presentarse, como si quisiera desnudar su alma ante ella. "Mi nombre es Arturo", comenzó él. "Soy el segundo de tres hermanos y el único hombre en mi familia. Estudié en una universidad pública aquí en y me gradué como abogado. Tengo 30 años, no estoy casado, ni tengo novia ni hijos. Soy el cofundador de Fundayudar, la fundación que creé". Su voz era sincera, pero parecía esconder algo detrás de sus palabras. Susan le preguntó si alguna vez había tenido contacto con personas que tuvieran cáncer. Arturo respondió con honestidad. "Nunca. Solo cuando comencé con el proyecto de la fundación empecé a aprender sobre el tema y a relacionarme con personas que padecen cáncer". Ella se preguntaba por qué él la había elegido a ella, de todas las personas adultas en el hospital, para ser parte de su fundación. ¿Por qué solo hablaba con ella y no entablaba conversaciones con los hombres que también recibían quimioterapia? Quería saber quién le había hablado de ella, quién le había dicho que ella estaba allí. 

Arturo no quería mentirle. No quería ocultar la verdad. Pero Susan insistió en obtener una respuesta. "No responderé porque no quiero mentirte", dijo Arturo, con una voz que parecía pedir disculpas. 

"Pero, ¿por qué yo?", persistió Susan, con una mirada que parecía buscar algo más allá de sus palabras. Arturo analizó a Susan, su tono de voz y su postura erguida indicaban que sus preguntas tenían un trasfondo profundo. "Te vi y quise conocerte, saber más de ti. Solo por eso", respondió Arturo, con una voz que parecía transmitir confianza. "No te creo, Arturo", dijo Susan con tristeza, mostrando su falta de confianza en sí misma. "Mírame, estoy delgada, pálida, con el pelo corto como un hombre, rota y quebrada. Y tú me ves por esa ventana y de repente quieres conocerme". Arturo intentó transmitirle confianza. "Susan, percibo en tus palabras un tono sin esperanza. Pero confía en mí... Te vi y quise saber más de ti. Y luego te vi de nuevo y quise conocerte". "Pero siempre bajo la perspectiva de un payaso. Nada más", respondió Susan con pesar, revelando su falta de confianza en sí misma en esos días. 

 

Susan se acomodó en la silla y giró su rostro hacia la pared, como si tratara de esconder sus emociones. Arturo se sentó a su lado, sin decir una palabra, pero su presencia era reconfortante. Metió la mano en el bolsillo de su disfraz de payaso y sacó un globo verde, al cual infló y ató. Luego lo golpeó, haciendo que el globo verde se elevara y flotara hacia el rostro de Susan. Ella lo miró y entendió que él quería que hablara sobre cómo se sentía, ya que percibió que algo no iba bien. "Me siento destrozada", dijo Susan, con una voz que parecía quebrada. "Pero no me mires así, mírame en mi totalidad, mira mi alma y mi mente. ¿Puede, señor Arturo, no enfocarse en mi cuerpo?" Arturo asintió con la cabeza, como si entendiera perfectamente lo que ella decía. "Hoy es mi última sesión de quimioterapia", continuó Susan, "y me ha encantado conversar contigo en estos días. Ha sido una buena técnica la de los globos, porque hace que el paciente hable y decida qué decir. ¿Está mal que desee verte fuera del hospital?". "No tenía idea de que hoy era tu último día en el hospital", respondió Arturo de inmediato, con una voz llena de emoción. "Y no está mal que lo desees. A mí también me gustaría". Susan sonrió levemente, como si se sintiera aliviada. "Escucho tu voz", dijo. "En cuanto a lo que te dije de que me siento destrozada, no te preocupes. Es normal que las personas con cáncer se sientan así, que comiencen a sentirse de esa manera. Pero debo decírtelo porque la mejoría emocional fuera del hospital ocurre gradualmente". Arturo asintió de nuevo, como si entendiera perfectamente lo que ella decía. "Lo sé", afirmó. Pero Susan lo miró con escepticismo. "No lo sabes", dijo. "Has dicho que apenas tienes contacto con personas con cáncer. Mejor dime, ¿cuál es tu nombre completo?". "Pink", respondió Arturo brevemente, como si no quisiera revelar más. Susan lo analizó, como si tratara de decidir si debía seguir siendo Pink o si debía revelar su verdadera identidad. Guardó silencio y lo observó, como si tratara de leer su mente. Él escribió su número de celular en el globo verde y, con su propia voz, le dijo: "Cuando sientas la valentía de verme fuera del hospital y no te sientas tan destrozada, escríbeme y si te sientes destrozada, también escríbeme. Atenderé de inmediato, señorita Susan. Mientras tanto, no busques nada sobre mí en internet". Susan sonrió de nuevo, como si se sintiera aliviada. "Me gusta tu voz, señor Arturo", dijo. "Deberías hablar más a menudo. Y no buscaré nada sobre ti en internet hasta que te vea de nuevo". 

"Ya que no nos veremos por un tiempo, ¿me permites darte un abrazo?" le pidió finalmente Arturo a Susan, con una voz llena de emoción. Ella abrió los brazos y él se sumergió en ellos sintiendo el aroma de Susan, su frágil cuerpo y el cariño que habían cultivado durante esos días de conversaciones. Su corazón latía con fuerza mientras se alejaba de la sala de quimioterapia, perdido en sus pensamientos. Lo que había sucedido allí era el inicio de una cita y de revelar su verdadera identidad a Susan Blue. Esta situación llenaba a Arturo de adrenalina, como subir a una montaña rusa, aunque se sentía seguro, las ideas y emociones lo llevaban de una posibilidad a otra. 

 

Pocos momentos después, el teléfono de Arturo sonó y al reconocer el número supo que era Susan Blue. "Arturo, ¿podrías llevarme a casa? Hugo no puede recogerme hoy debido a sus compromisos laborales y me siento demasiado débil para irme sola. Disculpa que te pida esto, pero no tengo a nadie más a quién recurrir". "Es un honor para mí que me lo pidas. Te llevaré en mi auto", respondió Arturo, con una sonrisa en su rostro. Eran las dos de la tarde, momento en que Susan salía del hospital y él tenía mucha hambre. Decidió esperar pacientemente en el pasillo hasta que ella apareciera. Al verla, su ser se llenó de alegría. Arturo empezó a darse cuenta de que algo profundo estaba creciendo nuevamente en su corazón y eran todas estas emociones que Susan despertaba en él. Con el tiempo, Susan y Arturo descubrirían que se sentían bien estando juntos. Para Arturo, estar cerca de Susan y escuchar su voz era una fuente de paz. Aunque Susan tenía un pequeño problema al pronunciar la letra "R", lo cual se notaba cada vez que decía una palabra con esa letra, él encontraba una gran satisfacción cuando ella pronunciaba su nombre. "Arturo, Arrturo", arrastrando la "R". Encontraba una belleza sutil en su forma de hablar, aunque otros lo consideraran un defecto. Arturo estaba comenzando a apreciar todo en ella, a disfrutar de los pequeños momentos que pasaban juntos tanto como saboreaba una taza de café a las tres de la tarde o a las nueve de la noche. Ella se estaba volviendo adictiva y extraordinariamente exquisita para él. "Arrturo", decía Susan, arrastrando la "R" en su nombre. Al llevarla a casa, ella se despidió con un apretón de manos, y Arturo se sintió agradecido por ese pequeño gesto. 

 

"Disfruté mucho de tu compañía", le dijo Susan, con una sonrisa cansada. "Pero no del viaje, ya que me siento cansada por la sesión de quimioterapia". "Fue un verdadero placer conocerte", respondió Arturo, con una voz llena de emoción. "Espero que podamos repetirlo y que te recuperes del todo". "Así será", afirmó ella con una sonrisa dulce que iluminó su rostro pálido. "¿Cuándo te darán los resultados del tratamiento?" preguntó Arturo, con preocupación en su voz. "¿Cuándo sabrás si la quimioterapia ha funcionado?". "Dentro de unos días a partir de hoy", respondió ella con determinación. "Tengo que hacerme más exámenes". "Y ¿cuándo sabré yo esa respuesta de los médicos?" preguntó Arturo, sintiendo un nudo en el estómago. "Cuando nos volvamos a ver, señor Arturo", dijo ella con una mirada llena de esperanza. "Y espero que no sigas ocultando tu verdadero rostro detrás de esa máscara de payaso, porque merezco verte tal como eres. Espero descubrir quién eres de verdad". Ella salió del auto y se adentró en su casa, mientras Arturo continuaba su camino a casa, con la mente llena de pensamientos sobre ese encuentro. Lo que Arturo no sabía en ese momento, era que Susan aún recordaba los momentos difíciles que vivieron en el ejército hace diez años, pero no era capaz de identificar su rostro sin maquillaje. Pronto, descubriría más sobre Arturo. 

 

Señorita Susan:  

 

¿Cómo sabe usted, quien soy yo, si prácticamente me ha construido a bases de mensajes cortos? Si me permite usted provocarla un poco a este respecto, si en sus más audaces fantasías puede construir un Arturo que se compare con el auténtico yo. ¿Siente que la provoco? ¿No? Me lo figuraba. Me temo que es más bien al revés: es usted quien me provoca a mí, Susan Blue. Tiene una manera poco ortodoxa pero sumamente efectiva de resultarme cada vez más interesante: quiere saber al mismo tiempo todo y nada de mí. Según su estado de ánimo, muestra un “tremendo interés” o un desinterés casi patológico por mí, lo cual un día me altera y otro me estimula. De momento, me estimula. Lo reconozco. Pero tal vez no sea yo más que un lobo reprimido, vagabundo, sombrío, que es incapaz de mirarla a los ojos porque me dan miedo los encuentros reales, y entonces le escribo notas ya que continuamente necesito crearme mundos imaginarios, porque no sé desenvolverme en los entornos donde usted se encuentra: palpables, concretos, tangibles, reales. Quizás soy un tipo acomplejado con las mujeres, pero puedo darle buenos consejos si de algún hombre algún día desea hablarme o escribirme, dado que siendo honestos dudo que algún día me mire como yo ahora lo hago, pero eso aclararía muchas cosas: sabría qué aspecto tiene alguien que escribe como usted. Eso es lo que aclararía. Así que, respecto a usted ¿Qué aspecto tiene? Dígamelo.  

 

Atentamente: Arturo 

 

Esa tarde, al llegar a su casa, Susan encontró una nota pegada al espejo de su cuarto. Era de Hugo y decía: "Hola Susan, sé que estarás cansada después del hospital, pero me encantaría salir esta noche para divertirnos y celebrar que ya no tendrás que volver a las sesiones de quimioterapia. No prepares cena y trata de descansar por la tarde para recuperar energías y así no me llames para cancelar. Paso por ti a las 7:00pm. PD: Mil disculpas por no recogerte hoy, el trabajo me lo impidió". 

Ella tomó la nota entre sus manos y debatió si ignorarla y rechazar la invitación, pero al mismo tiempo pensó que sería bueno salir y distraerse un poco. Aunque seguía molesta y no quería discutir aquella noche. Se miró en el espejo, acercándose tanto que pudo ver cada detalle de sus ojos verdes, sus labios levemente secos y su frente. Tomó su rostro con ambas manos y lo arrugó, luego se estiró los cachetes y se dio una pequeña cachetada. En ese momento, las lágrimas inundaron sus ojos al verse y recordar una vez más cómo el cáncer había destruido su cuerpo durante los últimos dos meses, sometiéndola a tratamientos de quimioterapia a diario. Se alejó del espejo y se observó en conjunto, comenzando a quitarse la ropa con la poca energía que le quedaba en su debilitado y cansado cuerpo. Seguía llorando, pensando en todas las cosas que aún tenía por hacer a sus 29 años, en el dolor que sentía por su hijo y en que Hugo no la valoraba. Sin lugar a duda, necesitaba sanar y suplicó a Dios, arrodillada en la cama mientras se desvanecía por la angustia, que la curara y no la dejara partir. Con esos pensamientos en mente, se durmió como un bebé en el refugio del vientre materno, abrazando sus rodillas cerca de su pecho. 

 

Horas más tarde, Hugo la despertó. Había llegado a casa y eran las siete de la noche, pero ella aún no estaba lista. Esto hizo que él resoplara un poco de frustración, pero pronto se calmó al recordar que ella debía haber llegado agotada de su sesión y que además había llegado sola, lo cual era toda una hazaña dada su debilidad. Ella abrió los ojos y, al verlo, se agitó al recordar la nota en el espejo. "Hugo, lo siento. Me quedé dormida". "No hay problema. Aún quiero que salgamos y hablemos". Ella se despertó de la cama y se dirigió a su armario. Comenzó a hacer combinaciones mentales con diferentes prendas, tratando de encontrar el atuendo perfecto. Pero algo no iba bien. Su nuevo peso corporal hacía que ninguna ropa le quedara bien. Decidió darse un baño para refrescarse un poco. Al salir, eligió una falda azul rey, una blusa blanca y una chaqueta. Recordó cómo solía llamar la atención de los hombres en la universidad. Observo a Hugo sentado en el sofá y se dio cuenta de que ya no lo amaba. Se sintió estropeada al notar que él ni siquiera notaba su presencia. "Estoy lista", le dijo sin obtener ninguna respuesta de él. Salieron de la casa sin decir una palabra. Ambos sentían un impulso misterioso que los llevó a esa situación, pero sabían en lo más profundo de su ser que algo iba mal. Hugo abrió la puerta del auto y la invitó a subir con una sonrisa amable, pero Susan supo que algo estaba mal. Todo parecía estar llevándolos a un punto de no retorno. "¿Tienes algún lugar específico en mente?" preguntó Hugo con curiosidad. "Me encantaría ir a comer pasta en el 'Restaurante Cheri'", respondió Susan. Hugo sonrió, sabía que debía ser cortés pero ya tenía algo especial preparado para esa noche. "Mejor iremos a 'For Love Alone', donde nos espera un delicioso risotto de carne". "¿Risotto? ¿Qué es eso?" preguntó Susan intrigada. Hugo le explicó con entusiasmo, " El risotto de carne es un tipo de plato de arroz preparado con una variedad de carne junto con el caldo de carne. Es una mezcla de sabores que juntos crean una explosión de sabores”. 

¿Has comido ya? ¿Sin mí?" En ese momento, Susan comenzó a imaginarse a Hugo rodeado de mujeres en una escena de ensueño, lo que hizo que desconfiara de él. Antes de que pudiera decir algo, Hugo se adelantó y aclaró la situación. "Comí solo un día, fue una casualidad. Me perdí y terminé en ese lugar". "¿Desde cuándo comes solo?" preguntó Susan incrédula. "Desde que necesitaba aclarar mis pensamientos y saber si aún me querías", respondió Hugo con sinceridad. "No es momento para hacerse el sufrido, Hugo. Pero sé honesto conmigo", le instó Susan. Hugo entonces confesó, mientras dormías encontré un globo desinflado en tu bolso y me pareció extraño. Al examinarlo de cerca, encontré un número de teléfono. Descubrí que pertenece al payaso de la fundación de la que me hablaste, Fundayudar. Y resulta que el dueño es Arturo Jerez, el mismo del batallón". Susan se sorprendió. "No tenía idea de eso, te lo juro. Siempre que venía, él estaba disfrazado con barba, nariz de payaso, traje de colores. Nunca vi su verdadero rostro y solo nos comunicábamos a través de escrituras en los globos. Jamás escuché su voz hasta el último día de mi quimioterapia". 

 

Hugo tomó su celular y buscó las capturas de pantalla que había hecho en Facebook. Detuvo el auto y comenzó a leer una nota.  

 

“Querida S: He tenido el placer de encontrarme contigo por segunda vez, aunque aún no sabes quién soy yo. Bajo mi maquillaje de payaso, me escondo para poder verte sin que me reconozcas. Pero lo que no sabes es que nos conocimos hace diez años en el batallón del ejército, donde yo prestaba servicio militar y tú solo ibas los fines de semana por mero hobby. Esos dos encuentros recientes me han resultado muy excitantes y yo no estoy acostumbrado a sentir tales emociones. He sentido como la adrenalina me toma y me envuelve, y luego me miras con tus hermosos ojos verdes, cuya pupila contiene un girasol bien formado, que me envían al cielo. Tal ha sido la sensación que desde que te vi y escuché tu voz, no he tenido necesidad de tomar una sola taza de café. Es como si tú llenaras cada parte de mí con tu presencia. No me importa tu estado físico, lo que me importa es la conexión que siento contigo. No me explico la razón por la cual después de diez años no te he olvidado. Es decir, te había borrado de mi memoria, pero luego te tengo frente a mí y las mariposas comienzan a comerme por dentro como un niño que apenas se enfrenta a sus gustos con una mujer. Me comen el estómago y me quitan el hambre, me comen la garganta y la lengua y no logro pronunciar palabra, se toman el agua de mi cuerpo y siento la boca seca, se comen a su vez mis ojos y no logro ir más allá que donde tú te encuentras. Odio por momentos a estas mariposas, señorita S. ¿Está bien sentir de esta forma? 

 

Atentamente, 

Arturo Jerez” 

 

 

Al terminar de leer, ella estaba verdaderamente sorprendida y confirmaba que el payaso Pink era Arturo Jerez.Realmente esa nota no dice mucho. Está dirigida a una señorita cuyo nombre comienza con "S", y hay muchas de ellas. Hugo no miró a Susan y aun así podía sentir toda su ira en el auto. Esperaba que ella dijera algo más cuando fuera su turno, pero ¿qué más podría decir Susan? ¿Cómo explicarle que sentía que esas palabras eran para ella? ¿Cómo decirle que le alegraba que ese hombre fuera Arturo Jerez? ¿Qué consecuencias traería esa confesión para Susan? ¿Cómo confesarle que él la había ayudado mucho en los días de tratamiento? Hugo la miró a través del espejo retrovisor y Susan intentó disimular su sonrisa. 

¿No tienes nada más que decir? -preguntó Hugo.No sabía que era Arturo y no pensé que la cita terminaría así... Pensé que hablaríamos de nosotros dos y encontraríamos una solución. 

Susan, quizás este sea el momento adecuado y la conversación apropiada para arreglar las cosas. ¿Quién dijo que arreglar significaba seguir adelante? Debemos ser honestos, y yo también tengo cosas que contarte, le dijo él. Deberías empezar tú. Así sabré qué tan importante es esta conversación, destaco Susan.  

Hugo miró a Susan una vez más y ella le pidió ir al aeropuerto. Le dijo que, si tenían que hablar, lo harían allí, lejos de todo y de todos, sin interrupciones, excepto por las palabras que ellos intercambiaran. Además, le gustaba estar en esa montaña donde se encontraba el aeropuerto. Ese lugar estaba a unos 32 kilómetros de distancia de donde vivían. Durante el trayecto, Susan se quedó pegada a la ventana sin disfrutar del paisaje. Pensaba que no le daba igual que todo terminara así. 

Las luces de la ciudad se volvieron más pequeñas, iluminando los tres municipios de la zona metropolitana: "Bucaramanga, Floridablanca y girón". Susan vio un lugar perfecto para detenerse y hablar, y se lo hizo saber a Hugo. Así que se detuvieron. "¿No te da miedo bajarte del auto y cambiar tu vida?" le preguntó Susan. "Sabes a qué conversación nos enfrentaremos, pero ¿sabes qué pasará cuando volvamos al auto?" Su tono lastimero capturó a Hugo, quien pensó en una respuesta. 

"Nos enfrentaremos a lo que hemos estado preparando", respondió Hugo de manera seca, pero Susan sabía que era más que eso. Sería dejar todo atrás... y el tiempo, ¿has pensado en el tiempo que creemos que perderemos?”. "Sí", respondió Hugo. Susan supo en ese momento que ya había pensado en todo eso, probablemente el día que fue a comer solo al Restaurante Cheri. "¿Cuándo te tomaste ese tiempo para pensar?" preguntó Susan. "Hace poco. Bueno, llevo repasándolo durante meses", dijo Hugo. Esas palabras hirieron a Susan como un puñal en el corazón. Cada vez veía con menos esperanza la idea de seguir con Hugo. Sin embargo, en lo profundo de su ser, ella tampoco quería continuar en esa relación que la había lastimado y dejado un poco rota. Con valentía, Susan respiró hondo y decidió hablar. "Hugo, cuando el cáncer empezó y mientras duró, te agradecí por no abandonarme. Pero al mismo tiempo, me sentí triste y sin valor. Empecé a sentir asco hacia ti. ¿Está mal decirlo? No creo. Aunque me acompañaste en este camino, al final me sentí tremendamente decepcionada porque tuviste relaciones sexuales con prostitutas porque yo no podía corresponder durante esos meses. Me decías que debía entender y pretendías que yo entendiera tu posición ¿Cuál de ellas? No sabía si debía entender tu posición de 'hombre con necesidades físicas' o la de 'cónyuge'. Creo que nunca logré entender la primera y me enfoqué en la segunda, y con razón". 

Lo siento-le dijo Hugo. Encendió el auto de nuevo, hizo una vuelta y comenzó a descender hacia la ciudad. 

¿A dónde vamos?" preguntó Susan con miedo. "Mejor regreso. No importa dónde estemos, esta conversación será difícil. Aunque sé que debemos hablar, no creo que estemos listos para ello. Pero sé que sea donde sea, el resultado será el mismo: poner fin a esto". 

Esa conversación era tan delicada en una relación, que ellos, al alcanzar la madurez necesaria, sabían que no debían apresurarse en tenerla. Deberían abordarla con cuidado para evitar que las cosas terminaran mal, especialmente teniendo en cuenta a Juan, su hijo. Pero la realidad a menudo no cumple con nuestras expectativas. 

"Conocí a otra mujer", dijo Hugo mirando fijamente hacia adelante. "¿Te gusta?", preguntó Susan. Hugo guardó silencio, era obvio que sí. "Lamento mucho enterarte de esto", volvió a decir Hugo. "¿Cuánto tiempo llevan conociéndose?", preguntó Susan. "Sucedió cuando estabas enferma. Solo así", respondió Hugo. Susan clavó la mirada en Hugo, buscando rastro de arrepentimiento en su rostro, pero no encontró nada. Sus palabras no reflejaban ni el más mínimo sentimiento de culpa. 

"¿Por qué me lo dices ahora? ¿Crees que no me duele?", preguntó Susan, sintiéndose herida. 

"Siento que sí te afecta. El simple hecho de saber que volvías a hablar con Arturo me dio la tranquilidad para contártelo. Hace diez años me interpuse entre ustedes dos, pero esta vez no lo haré", explicó Hugo. 

"No me gusta Arturo. Ni siquiera sabía que ese payaso era él", dijo Susan. "Así que eso que dices no es excusa". "Lo era, hasta ahora. Pero sé que Arturo podría amarte como yo no puedo", confesó Hugo. "Eso es solo una excusa para sentirte bien contigo mismo por lo que estás haciendo", respondió Susan entre lágrimas. "Pero deja de preocuparte, Hugo. Juan y yo estaremos bien, siempre y cuando hayas tenido la molestia de pensar en tu hijo y ponerlo por encima de todo".  

"Claro que lo he hecho", le aseguró Hugo, y en ese momento, Susan comenzó a llorar. 

¿Quién podría amarme a mí con un útero quebrado? Aún no sé si la quimioterapia funcionó. Hice todo lo posible para no llegar a este punto y me había infravalorado demasiado. La idea de quedarme sola me aterraba, Hugo, y todavía me asusta. Pero razono que estaba aferrada al pasado y deseaba que volviera. Me aterra empezar de nuevo, no me refiero a empezar con alguien más, sino a empezar mi vida sin ti. Han sido muchos años juntos. Perdón por las lágrimas, es inevitable que duela, cuando uno procesa las palabras, el dolor despierta y duele mucho. Lo siento."  

Yo lo siento aún más, Susan. -dijo Hugo, quien comenzó a llorar. Detuvo el coche y se acercó a abrazarla, respondiéndole de la misma forma-. No llores y perdóname por no prestar atención a tus necesidades y caprichos que nos hacían cómplices. Lo siento por los golpes y las malas experiencias, no sé qué me pasaba. Creo que ambos contribuimos a hundirnos en el lodo. 

Molesta por estas últimas palabras, Susan se alejó y le respondió de inmediato:¿Acaso yo tengo la culpa de enfermar? Mejor no hablemos del tema. Es inútil. 

Pero... es que... -Hugo dudó al contestar esa pregunta-. Tienes razón, Susan, la culpa es mía 

Pasaron varios minutos de silencio entre los dos y en ese momento Hugo empezó a conducir de nuevo.Vamos a comer -le dijo. 

¿Con mis ojos hinchados de tanto llorar? Creo que no, tengo todo el maquillaje corrido. No importa. Acepta. Di que sí para poder ir”. 

Susan pensó que esa sería su última conversación y cena juntos, y pensando en no hacer la noche tan triste, aceptó de inmediato. Hugo condujo por toda la avenida que los llevaba a "For Love Alone" y una vez dentro del restaurante, se sentaron en una mesa cerca de la ventana que daba a la calle. El camarero les entregó el menú antes de darles la bienvenida. 

El hombre en la mesa junto a la columna no deja de mirarte, y vale la pena mencionar que está con su novia. Susan miró hacia allá mientras se tocaba el cabello.¿Cómo sabes que es su novia?-preguntó.Lo sé por la forma en que ella lo mira. ¿Recuerdas ese juego en el que poníamos nombres y creábamos historias sobre personas que no conocíamos? Diré que ellos se llaman Zahíra y Camilo. 

No quiero jugar, Hugo. Parece que aquel hombre solo me ve como un esqueleto andante. Solo mírame, si es que realmente me quieres. Me has conocido durante años y has estado a mi lado en mis mejores momentos. Y ese tal Camilo, si fuera como dices, dirán que nosotros no somos nada por la forma en que nos miramos.¿Cuál? - preguntó él.  Tenemos una mirada llena de cariño el uno hacia el otro. 

¿Puedo tomar su orden? preguntó el mesero.No”, respondió Susan con rigidez. El mesero se alejó frunciendo el ceño.Voy al baño”. Hugo se levantó y Susan le tomó de la mano.¿Podría darme un abrazo?”. Extrañado por esa solicitud y con Susan ya de pie, Hugo la abrazó. Ella lo apretó fuerte. Fue un abrazo fraternal, cariñoso y, a pesar de todo, lleno de amor.  Gracias por todos estos días, Hugo. Gracias por ser paciente conmigo y por los buenos momentos juntos”. “Disculpa, Susan, por no haberme comportado correctamente en estos últimos meses. Y gracias por tu compromiso, tu cariño, los desayunos todas las mañanas, las charlas, tu confianza y por enseñarme tanto”. Recuerda que te quiero. No lo olvides. 

Se soltaron y Hugo continuó su camino hacia el baño. Se miró en el espejo y abrió el grifo del lavamanos. En ese momento, sintió un nudo en la garganta por todo lo que estaba sucediendo. Tomó un poco de agua con las manos y salió del baño. Cruzó entre las mesas y la gente, pasando junto a Zahira y Camilo. Al llegar a la mesa, no vio a Susan y se dio cuenta de que ella se había ido para siempre. Desde ese día, Hugo y Susan no volvieron a hablarse." 

 

Aquella noche, Susan se refugió en casa de su madre junto a Juan durante varios días, mientras Hugo abandonaba el contrato de arrendamiento y se mudaba a un lugar más pequeño. A pesar de todo, Susan no podía evitar el dolor y lloraba en silencio para no lastimar a su hijo. Con el paso del tiempo, comenzó a considerar la idea de escribirle a Arturo. Guardaba su número en el celular, pero le faltaba el valor necesario para dar el primer paso. Además, se sentía insegura de su apariencia y le costó semanas recuperarse por completo. Sin embargo, Susan se sorprendió al notar que su cabello, glúteos, piernas y senos habían crecido, volviéndola una mujer atractiva a los ojos de cualquier hombre. Además, los exámenes médicos confirmaron que el tratamiento había funcionado y que el cáncer había desaparecido. Esta noticia la llenó de felicidad, aunque los médicos también le advirtieron que podría tener dificultades para concebir debido a la gravedad de la enfermedad y el tratamiento recibido. A pesar de todo, Susan pensaba que escribirle a Arturo sería ilusionarlo, ya que él merecía una familia completa, y ella se consideraba incompleta. Sin embargo, en el fondo, no podía sacarse de la cabeza las miradas y las palabras bonitas que Arturo le dedicaba en el hospital. Aunque pensaba que estos sentimientos eran solo temores infundados por Hugo para hacerla sentir menos valiosa, se preguntaba si Arturo seguiría interesado en ella si supiera que su útero posiblemente no pudiera concebir. Aun así, no quería ilusionarlo y deseaba que él encontrara a alguien digna de formar una familia. Sin embargo, Susan tomó valor y decidió escribirle a Arturo un día. La jefa de enfermeras, María, la alentaba a hacerlo, ya que en ese momento ya trabajaba con Arturo, pero le ocultaba que mantenía contacto con Susan. Finalmente, Susan se arriesgó y le envió un mensaje: "Hola Arturo, soy Susan. No sé si te acordarás de mí, pero quería agradecerte por todo lo que hiciste por mí en el hospital. Tus palabras y miradas me dieron fuerza en momentos difíciles. Me gustaría conocerte mejor, si estás interesado". 

 

 

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