CAPITULO I: ENCUENTROS
Era tarde, casi el fin de semana, y mientras la mayoría salía a disfrutar de una cena divertida con amigos o pareja, Arturo prefería encerrarse en casa y ver tutoriales en YouTube sobre temas relacionados con su profesión de abogado. Se había graduado en una universidad pública de su ciudad y ahora vivía en Bucaramanga, a unas 8 horas de la capital colombiana. Su objetivo después de terminar sus estudios era crear una fundación para niños con cáncer, donde actualmente trabajaba. La fundación, llamada "Fundayudar", brindaba atención a personas con cancer en el hospital central.
Mientras caminaba hacia el estacionamiento para buscar su auto, Arturo se encontró con un anciano de aspecto oriental que vendía gatos en una esquina. Sin prestarle atención, continuó su camino por la concurrida acera y subió a su auto gris. Pisó el acelerador y justo en ese momento el semáforo cambió a rojo. El anciano se acercó a la ventana y tocó el parabrisas. A pesar de eso, Arturo lo ignoró. El hombre persistió y tocó nuevamente, pero esta vez en la ventanilla. Ante su insistencia, Arturo decidió bajar el vidrio. "Gracias, pero no estoy interesado en comprar gatos", le dijo Arturo al anciano. "No importa", respondió el anciano, "quiero regalarte un gato". "¿Regalármelo? No te preocupes, véndelo y saca provecho de ello. En serio." "Insisto, joven", dijo el anciano, "no quiero deshacerme de él, simplemente dice que debe ir contigo. Es un gato muy especial, te lo aseguro". Sin tener idea del valor de un gato como aquel y tratando de ser educado, Arturo le ofreció 10.000 pesos. "No se trata de dinero, simplemente tómalo", respondió el anciano. El semáforo cambió y los autos detrás de Arturo comenzaron a tocar la bocina, así que, para no ser grosero, estiró las manos y recibió el pequeño gato que le estaban regalando. El anciano también le entregó una carta y le deseó que lo disfrutara. Agradeciendo el gesto, Arturo aceleró y se marchó. Pensó en las palabras finales del anciano, "que lo disfrutes". Se preguntaba si podría comer al gato o jugar con él. Observó el animalito, con una apariencia seria y aburrida, un poco rudo. Alrededor del cuello, había una cinta roja parecida a la seda que le daba un toque más elegante. Al llegar a casa, colocó el gato y la carta en la sala, sobre una pequeña mesa de madera. Fue a prepararse una taza de café y luego regresó a observar detenidamente el pequeño animal. Sus patas eran diminutas y frías, su pelaje corto y resistente. Era hermoso, sólido y sencillo. Tomó la carta entre sus manos y la desplegó. Las palabras estaban escritas con una caligrafía lenta y cuidada, sin ningún error ni corrección. El mensaje comenzaba así:
Bucaramangara-títere-fue, febrero 16 de 2015
Señor Arturo Jerez.
E.S.M.
Permítame presentarme, soy Anatatowatashi, que significa "usted y yo solos". O al menos así me bautizó el tipo que acaba de entregarme a usted. Resulta que él se enteró de mi existencia mientras lloraba por su difunta esposa, a quien yo mismo había asesinado con una espada samurái. Eso sí, nadie sospecha nada. Ahora el pobre hombre no puede dormir, ya no por su esposa, sino por mí. Aparentemente, me gusta aparecer justo cuando la gente intenta dormir. Así que oficialmente me llamo "DORMITAR". No soy un gato, ni un fantasma, ni un arbusto, ni un ser fantástico, tampoco soy el viejo del semáforo. Soy más como una idea o pensamientos locos y sin sentido que se pasean sin razón. Eso soy yo. Según el diccionario, "dormitar" significa estar medio dormido o tener un sueño ligero que se interrumpe y se reanuda fácilmente. Los más poéticos dirían que es estar dormido con el corazón despierto. Pero personalmente no me gusta tanto romanticismo. También soy ese consejito que te das cuando algo te atormenta, la historia que creas en tu cabeza y que nunca se materializa, esos deseos lujuriosos antes de dormir. En resumen, he sido testigo de miles de casos, desde dioses que crearon el universo mientras dormitaban, hasta mujeres drogadictas que terminaron muertas en la calle. Pero bueno, esta carta trata sobre mí, y al mismo tiempo quería decirle que es imprescindible que esté a su lado para que pueda sentirse tranquilo. La verdad es que no me agrada usted, con su rigidez y cuadriculado estilo, pero parece que nos veremos mucho en estos días, así que he decidido ir hacia usted. No quiero arruinarle del todo la ilusión, pero necesita de mi ayuda para cumplir con sus propósitos.
Atentamente,
DORMITAR
Arturo se quedó paralizado al ver su nombre en el papel. Pensó que ese hombre de rasgos orientales lo había estado siguiendo por mucho tiempo. Miró por la ventana hacia la calle y revisó cada rincón en medio de la noche en busca del rostro del anciano. ¿Quién demonios era? ¿Cómo diablos le había dado un gato gratis y una carta dirigida a él? ¿Y cómo sabía que hoy se iban a encontrar y pondría la fecha en esa hoja? Arturo cerró las cortinas y se bebió de un solo trago el café que había preparado minutos antes. Tomó a el felino con las manos y algunos pelos cayeron sobre la mesita. Doblo la carta y subió de nuevo a su auto gris, camino al semáforo donde le habían entregado a Dormitar. Pero al llegar, el anciano ya no estaba. Dio la vuelta a la manzana del hospital buscándolo, pero no pudo encontrarlo. Seguramente se debía a la hora, eran alrededor de las ocho de la noche. Arturo regresó a casa y dejó a Dormitar en la mesita, prometiéndose a sí mismo que volvería en la mañana de camino al hospital central para encontrar una respuesta justa y devolver el gato. Al día siguiente, Arturo se levantó más temprano de lo habitual y dejó el auto en el estacionamiento, pero se llevó consigo el gatico. Pasó una hora en el semáforo junto a Dormitar, pero el anciano nunca apareció. Como no podía llevar animales al hospital, decidió dejarlo en la misma esquina donde lo había recibido. Se prometió volver más tarde. Mientras el valiente Arturo emprendía sus labores filantrópicas en el hospital, le permitieron echarle un ojo a la lista de pacientes oncológicos para proponerles divertidas actividades. Resulta que este proyecto nació de una experiencia en su último semestre universitario, donde se vio envuelto en una organización rural que enseñaba a los pequeños a leer mientras entregaban libros. Oh, qué maravilla. Después de su encuentro con la vida en medio de un hospital, Arturo decidió compartir su amor por los libros y las historias con las personas del hospital. Pero claro, tenía que ponerle su toque personal, así que decidió transformarse en el gracioso cuentacuentos y hacerlos reír a carcajadas. Aunque decirlo en voz alta le provocara algunas pequeñas crisis de timidez. ¿Quién lo diría? Haciéndolos reír para olvidar por un ratito su situación. Qué noble causa. Llamó a su programa "Lectura Cangrejo" porque, ¿quién mejor que un cangrejo zodiacal para representar el cáncer? Un toque de creatividad, ¿no crees? Total, Arturo quería llevar momentos de felicidad a esos guerreros, aunque ni él mismo había enfrentado la picante realidad del cáncer. Pero bueno, cambiar el ánimo nunca viene mal, la vida siempre tiene sorpresas guardadas para nosotros. Como si el mismísimo cosmos quisiera sonreírle, Arturo se topó en el hospital con alguien que no había olvidado en diez largos años. ¡Qué casualidad! No es precisamente en el ambiente más romántico, sino en medio de su labor en la fundación. Vaya timing. Mientras revisaba la interminable y somnolienta lista de pacientes, Arturo buscaba nombres, apellidos, edades, géneros y condiciones médicas. Así, casi como un detective, encontró el apellido Blue, seguido del nombre Susan. Susan Blue. Detuvo su corazón para hacerle espacio a la emoción. Una misteriosa energía recorrió su cuerpo de arriba abajo y luego volvió a su punto de partida. Susan Blue. La misma Susan que no podía sacar de su cabeza, la misma que lo dejaba sin palabras, la misma a la que no se acercaba por miedo a su propia torpeza. Susan Blue. Qué pequeño es el mundo, pensó Arturo, sin tener idea de que su subconsciente nunca la había dejado ir. Entre todas esas hojas de papel, encontró un pelo seco muy parecido a los que Dormitar, su nuevo compañero de experiencias obsequiado en el semáforo, pues este gato esparce pelos por donde sea que pasa. Pero, bueno, decidió ignorar eso porque ¿qué podría significar? ¡Ah, sí, una señal del destino! Dormitar, el cupido involuntario, uniendo los caminos de Susan y Arturo. Vaya, vaya. Hasta el día de hoy, Arturo no tenía idea de la complejidad del expediente, pero sí le concedió una atención especial al número de teléfono que aparecía. ¿Quién sabe qué maravillas podría traerle esa secuencia de dígitos? ¡Pilas, Arturo!
Arturo notó con gran asombro que, en esa sección tan innovadora donde preguntaban por el estado civil, estaba escrita con una gran "U" y una gran "L" la famosa expresión "Unión Libre". ¡Vaya originalidad! Resulta que ahora compartía su vida con el famoso Hugo Suárez, quien amablemente firmaba como "el cónyuge" en esa línea. Arturo hizo algunos cálculos mentales y se dio cuenta de que Susan, para esa fecha, tenía unos 29 años, es decir, habían pasado ni más ni menos que 10 años desde la última vez que la vio en el batallón del ejército. Ni hablar, el tiempo vuela. Decidió guardarlo como contacto en su celular y, ¡sorpresa!, pudo ver al instante su foto de perfil de WhatsApp, donde se veía radiante y feliz junto a quién Arturo imaginó que era Hugo. ¡Ah, el amor y sus extraños caminos! En ese momento, Susan parecía estar tan lejos y sin la más mínima esperanza de que algo entre ellos pudiera suceder. Arturo había mantenido viva la ilusión de que su historia de amor tuviera un final feliz, pero ahora, al reencontrarla, una pequeña llama de esperanza se encendió dentro de él, aunque fuera sutil. ¿Quién sabe qué depara el destino? Siguió completando la información requerida: nombres, apellidos, edad, sexo y hasta su condición médica. Luego, se volvió a casa. En el camino, el semáforo le jugaba una broma, mantenía a Dormitar a la sombra, evitando que el sol hiciera acto de presencia. Arturo, en su infinita sabiduría, decidió dejarlo allí todo el día, creyendo ingenuamente que algún alma caritativa lo recogería y se lo llevaría a su nuevo hogar. Ah, la ingenuidad nunca pasa de moda. Ya en casa, Arturo contempló con una mezcla de nostalgia y admiración la imagen de Susan en su celular. La eternizó en su mente, como si fuera un valioso tesoro. Era evidente que no la había olvidado en todos estos años. Por supuesto, entre tanto, solo había tenido una humilde novia que no logró despertar en él la misma pasión que sentía por Susan en aquel entonces. Es comprensible que ella no piense en él, después de todo, Susan solo se enteró de la existencia de Arturo unos días antes de terminar su servicio militar en el ejército. Además, ¿quién en su sano juicio pensaría en Arturo? Siempre fue un torpe con las mujeres, y con ella no fue la excepción. Pobre Arturo, nunca fue su fuerte el arte de la conquista. Llegó a considerar la idea de llamarla o escribirle, pero luego se dio cuenta de que no tendría una respuesta convincente para la inevitable pregunta: "¿Cómo conseguiste mi número?". Así que decidió que lo mejor era contenerse. A partir de ese momento, Arturo se convirtió en un ferviente creyente y empezó a rezar a Dios, rogando por un milagro. Soñaba con encontrarse con ella en el hospital central o al menos verla por unos breves instantes, porque, aunque no sea un devoto consumado, Arturo tiene fe, eso sí que no se lo quita nadie. No puede resistirse a seguir babeando con la foto de Susan mientras se las ingenia para hacer tiempo entre sus obligaciones. Incluso hubo una vez en la que estuvo en línea, pero oh, qué tragedia, sabía muy bien que no podía atreverse a escribirle. Ahí estaba, mirando fijamente la pantalla del celular, sin esperar nada a cambio. Solo el hecho de verla en línea le producía una sensación indescriptible. Resulta que Susan está en la misma ciudad que él y también asiste al mismo hospital. ¡Qué emoción pensar en un encuentro casual! se decidió a escribirle, pero no quería ser demasiado formal, así que empezó con un "Hola", que por supuesto, tenía que ser sin "hache". Momento de lucidez, ¿qué rayos estoy haciendo? Borro la "hache" y observo la pantalla de nuevo, pero Susan ya no estaba conectada. Miro fijamente el botón de "enviar". Borro todo. No pudo dejarse llevar tan fácilmente, porque si no, ¿qué excusa tendría para tener su número de celular? Además, si lo pensaba bien, ella podría sentirse ofendida por lo que sucedió en el pasado. Así que mejor será seguir viendo su foto una y otra y otra vez hasta tener su imagen grabada en su memoria y poder dibujarla con los ojos cerrados. Resultaba mucho más emocionante verla en línea sin que ella se entere, así tenía un pequeño incentivo para esperar el día en que la viera cara a cara. Y así, apago su celular tarde en la noche y se fui a la cama en ese monótono sábado. Antes de dormir, hizo una pequeña oración y le agradeció al cielo por haberla encontrado, aunque ella ni siquiera se haya dado cuenta de su existencia. Y con todo este desvarío, comenzó a preguntarse qué tipo de cáncer estaría sufriendo Susan. Pero claro, olvido mirar su historia clínica, porque está más que claro que ese tipo de documentos son totalmente restringidos y confidenciales. ¡Ay, qué vida tan complicada, una historia de amor y restricciones médicas! ¿Quién necesita una telenovela cuando tienes esta situación? Pero Arturo no se quedó con este sentimiento y decidió escribir en su perfil de Facebook lo siguiente:
Señorita Susan:
Diré que usted se fue y volvió a mi vida. Cuando se marchó la primera vez no pude hacer nada al sentirla lejos de mí y solo vi como opción el dejarla partir. Ahora que vuelvo a saber de usted me siento desesperado por hablarle y verla y saber cómo se encuentra, que sepa de mi cuanto pueda contarle y entablar una muy buena charla, pero con todos mis deseos reconozco lo torpe que soy a la hora de hablarle a una mujer. Recuerdo hace 10 años cuando en el ejercito me quedaba sin voz al tener que comunicarme con usted o cuando sin timidez se me acercaba y me decía dulcemente: ¿Jerez, podría tocar más despacio el piano? entonces lejos de ello tocaba más rápido y a destiempo. Debía para aquellos ensayos y presentaciones no verla y tener mis ojos fijos en las teclas o me vería descoordinado y sin llevar los compases de la canción que se interpretaba. Me sentía torpe cada que podía hablarle y no lo hacía, entonces recurrí con los meses a las letras y le envié notas en silencio, letras que llegaron a usted como un mero susurro del viento o que pretendía transmitirle a base de miradas fugaces, y digo fugaces porque incluso no era capaz de sostenerle la mirada. Sus hermosos ojos de color verde me envolvían y me quitaban el aliento tal cual lo hacia una de esas tazas de aquella bebida que mi madre preparaba en las tardes: café. Creo que es Susan Blue la razón por la cual ahora adoro beber eso, es que me la recuerda a usted y me da la energía que necesito para mis días desde hace 10 años que no nos vemos. Disculpara que le escriba esto, pero en medio de todo lo que digo ¿de qué podría hablarle a una mujer? a mis 30 años no tengo terreno en el amor, pero pienso que eso me resulta bien dado que es como si me hubiera quedado en pausa para todos estos años; así podría incluso conocer el verdadero Arturo y no una imagen difusa de mí. Solo espéreme un momento a que sienta la valentía adecuada para saludarla y responder a sus preguntas que hacen parte de una conversación, solo espéreme y ya vera como soy yo.
Atentamente: Arturo Jerez
Resulta que, a la siguiente semana, en un glorioso lunes, nuestro amigo Arturo nuevamente se topó con el semáforo y ¡oh sorpresa!, el gato seguía en el mismo lugar donde lo había dejado el viernes anterior. En su mente pensó: "Si el dichoso Dormitar sigue ahí a mediodía, lo arrastro de vuelta a casa". Siguió su camino rumbo al hospital central con una determinación envidiable. Decidió pasar por la sala de quimioterapia desde temprano, añorando encontrarse con la flamante Susan Blue. De reojo, vislumbró a una mujer delgada con cabello cortito y piel más blanca que la nieve en pleno invierno. ¿Será ella? Su corazón saltó de emoción, su boca se secó como si hubiera cruzado el desierto y hasta su cuerpo pareció entrar en modo parálisis. Sigiloso, se acercó a verla de perfil, pero una vez que vio su carita se dio cuenta de que no era la amada Susan. El ritmo cardiaco volvió a la normalidad y la presión sanguínea se relajó. Decidió alejarse y corrió al baño para cambiarse y ponerse su traje de payaso. ¡Así es, un payaso! Pasó las siguientes dos horas haciendo globos y contando cuentos a los pequeños y grandes del hospital. Regresó a la sala de quimioterapia, emocionado por encontrar a Susan Blue, pero ¡oh, desgracia!, no había señales de su presencia. Era obvio que, si estaba recibiendo tratamiento médico, debía tener citas todos los días. ¿Pero a qué hora? Desde aquel día, Arturo se aventuró a echar un vistazo antes de las 11:30 de la mañana los cinco días de la semana. Pero nunca encontró a Susan. Sin embargo, ese fatídico lunes, cuando ya se dirigía a su auto cerca del mediodía, ahí estaba el dichoso Dormitar, parecía que lo estaba esperando. Fiel a su promesa, Arturo lo tomó en brazos y lo llevó de vuelta a su hogar, depositándolo con cariño en una mesita apenas entro por la puerta. Pasaron tres días entre idas y venidas, pero nunca logró descubrir el horario de citas de la misteriosa señorita. Y con respecto al hombre que le dio el gato, Arturo se cansó de esperarlo en la esquina con el semáforo, porque el anciano ¡nunca apareció! Pero bueno, al menos el gato se quedó en la mesita con su carta de presentación debajo de sus patitas. Resulta que Arturo había olvidado llevar consigo aquella carta del 16 de febrero de 2015, pero para bien o para mal, Dormitar se convirtió en su compañero durante todos estos días. Curioseando por ahí, Arturo investigó sobre el gato y descubrió que efectivamente se trata de un gato siberiano. Se adentró en una guía y, tras comparar imágenes en internet, dedujo que es gato siberiano color point originario de rusia. Resulta que es una de las especies más populares de felinos. Según leyó, aparecieron al mismo tiempo que los siberianos de color tradicional, tienen la contextura y el pelaje del Siberiano clásico, pero con un patrón color ¨marcado¨ donde las patas, nariz, cola y parte superior de las orejas son de color más oscuro, mientras el cuerpo es claro, también posee unos lindos ojos azules. Se asegura que el color point siberiano es producto de cruzas naturales de gatos salvajes de Siberia y que no se ha utilizado ningún out-cross para producirlo.
Una noche en la sala, pensando frente a Dormitar en Susan Blue y un posible encuentro, nuestro protagonista, Arturo Jerez, llega a la increíble conclusión de que el jefe de enfermeras en esa sección del hospital podría ser la única fuente de información sobre los horarios de cita. ¡Brillante deducción, Arturo! Al día siguiente, se lanza en busca de la encargada y se presenta como Arturo Jerez, de la "prestigiosa" Fundación Fundayudar. Pero antes de que pueda terminar su presentación, la encargada lo interrumpe con el nombre de la fundación. ¡Increíble, parece que ya la conocían! Arturo prosigue con su deseo de ver los horarios de los pacientes de quimioterapia para "ampliar la cobertura" del programa, si no es mucha molestia, por supuesto. La mujer, llena de curiosidad (o tal vez incredulidad), le pregunta qué busca exactamente. Y aquí es cuando Arturo se queda con cara de interrogante, incapaz de articular una respuesta coherente. Pero la encargada no se rinde y le hace una reflexión, muy sabia, por cierto, al decirle que parece que la fundación solo se enfocaba en hacer reír a los niños, porque tratar de hacer reír a un adulto es como intentar enseñarle a un pulpo a jugar al ajedrez. ¡Vaya comparación, señora encargada! Pero nuestro querido Arturo insiste en ampliar el programa de la fundación, ignorando completamente todas las señales de confusión y escepticismo de la mujer. Y es en ese momento cuando ella decide revelar lo que ha estado observando durante días. Resulta que Arturo ha estado yendo a esa parte del hospital con una puntualidad sorprendente, de lunes a viernes, cada dos horas, con su última visita a las 11:30 de la mañana. ¡Llámame Sherlock Holmes, pero eso parece un patrón bastante claro! Sin dejarse intimidar, Arturo le pide que no se vaya y finalmente decide confesar la verdad. Resulta que hay una mujer en quimioterapia a la que Arturo conoce desde hace diez años, y la atracción es tan fuerte que ha venido a diario al hospital solo por la esperanza de verla de nuevo. ¡Qué romántico! Y para colmo, Arturo admite que siempre ha sido un poco torpe con las mujeres. ¿Quién lo hubiera imaginado?
- ¿Sabes cómo se llama mi paciente?
- Se llama Susan Blue, ¡y vaya que es un nombre original!
- Susan. La mujer levantó una de sus cejas y sonrió mientras se acercaba al hombre y revelaba la tan esperada información.
- Muy bien, señor Arturo, parece que conoces a Susan Blue desde hace mucho tiempo y la tienes en alta estima. ¡Qué maravilla! Sin embargo, debes tener en cuenta que han pasado diez años desde la última vez que la viste y las cosas han cambiado un poco para ella. ¿Lo reconoces?
- Sí, lo sé. Soy consciente de ello.
- Además, debes saber que la señorita Susan Blue está comprometida, aunque ese hombre no... Ah, mejor no entremos en detalles. Solo ten cuidado. Por cierto, ella tiene citas de quimioterapia todos los días a las 11:43 de la mañana.
- ¿En serio? Siempre solía llegar a las 11:30. Solo tenía que esperar trece minutos más para verla.
- Bueno, trece minutos pueden marcar una gran diferencia, ¿verdad? -dijo con sarcasmo-. Acompáñeme a la sala de quimioterapia y cuéntame, ¿cómo se conocen ustedes?
- Todo comenzó cuando tenía 18 años y ella 17. Yo estaba haciendo el servicio militar en el batallón del ejército. Resulta que estaban buscando soldados con talento musical para formar parte de la orquesta de la quinta brigada. Yo ya la había visto cantar antes y pensé que esa era mi oportunidad de acercarme a esa hermosa mujer. Resulta que sé tocar el piano.
- Oh, vaya. ¿Cuándo le tocarás una melodía a Susan? -preguntó irónicamente la mujer con una sonrisa.
- Cuando Susan sepa quién soy. Así fue como la conocí. Siempre me gustó, pero nunca tuve el valor de decírselo.
- ¿Fue solo atracción física entonces? -preguntó la jefa de enfermería.
- No, no solo fue eso. Sin duda es hermosa, pero lo que más me atrajo fue su energía y su pasión por todo lo que hace. ¿Alguna vez la has escuchado cantar?
- Nunca, ni siquiera sabía que cantaba -respondió sorprendida-.
- Si la hubieras visto como yo la vi, sabrías a qué me refiero. Tuvimos algunas conversaciones en el ejército y su determinación y compromiso hacia sí misma y hacia los demás me hicieron sentir de esa manera.
- ¿Aún te gusta después de tanto tiempo? -preguntó ella con asombro-, porque hablas de ella como si la hubieras visto ayer. Además, teniendo en cuenta las edades en las que se conocieron, me da la impresión de que todo fue solo una ilusión.
- Algunas personas simplemente no se olvidan, María. Por cierto, no nos hemos presentado. Soy Arturo Jerez, un placer conocerte -dijo estrechándole la mano-.
- María, encantada de conocerte también. Bueno, volviendo al tema, debo ser sincera contigo, Arturo. Susan tiene cáncer de cuello uterino nivel dos, con células agresivas. Hace unos meses comenzó con este mismo tratamiento de quimioterapia, pero no tuvo una respuesta adecuada, así que tuvo que intensificar el tratamiento y ahora lo recibe todos los días. Por eso su apariencia física ha cambiado un poco. No te sorprendas cuando la veas de nuevo.
- Entendido, no mostraré sorpresa -respondió él-.
- Además, no hace falta que le hagas preguntas como "¿cómo estás?" o "¿cómo te sientes?". Obviamente, cuando las personas están en esta situación, no están bien ni se sienten bien, y nosotros no podemos hacer mucho al respecto. ¿Captas el mensaje?
- ¡Claro, al cien por cien! Pero ¿qué puedo decirle entonces?
- No le digas que está hermosa, eso es lo que menos le importa y te aseguro que no te creerá. No subestimes su inteligencia. Hazla sentir especial con tus palabras. ¡Ah! Y una cosa más, ¿entrarás con tu traje de payaso? ¡Eso sí que le alegrará el día!
Eran las 11:43 de la mañana y se dirigieron hacia la puerta blanca de la sala de quimioterapia. María, ingeniosa como siempre, invitó a Arturo a espiar a través de la ventana vertical de la puerta, donde descubrieron pelitos diminutos amontonados, como si fueran las pertenencias de alguien despistado. Entre los pacientes conectados a los "maravillosos" aparatos médicos, había dos hombres y una valiente guerrera llamada Susan. Vestía una bata azul y un gorro del mismo color, y sus pálidos pies evidenciaban una falta de sol prolongada. Desde nuestra posición, no podíamos ver su rostro, ya que ella miraba en dirección opuesta a la puerta. Sin embargo, Arturo no perdía la esperanza y seguía pegado a la dichosa ventanita, deseando fervientemente que Susan volviera su mirada hacia él. Finalmente, ella se movió y volteó su rostro. Fue en ese instante en el que Arturo se quedó helado, con los ojos abiertos como platos. La emoción lo invadió, y no era precisamente por los tiritones de las luciérnagas. No, esta vez era diferente. Arturo sentía una mariposa revoloteando en su estómago, sin parar. Era una sensación extraña, pero no era desagradable. De alguna manera, había olvidado esa sensación, pero ahora la tenía frente a él: Susan Blue. Arturo musitó su nombre en un suspiro, mientras Susan movía lentamente su mano en señal de saludo. ¿Será posible que ella lo haya reconocido? ¿Sabría quién era? En ese momento, Arturo se alejó de la puerta, y María, la gran amiga que es, colocó una mano tranquilizadora en su hombro.
- ¿Estás bien? -preguntó María.
- Creo que me ha reconocido. Eso me asusta. ¿No te parece incómodo? No quiero generarle ninguna molestia.
- Tranquilo. Déjame encargarme a mí.
María entró en la sala de quimioterapia y saludó a todos, deteniéndose en la silla de Susan. Hablaron un poco sobre su estado de ánimo y cómo iba el tratamiento. María aprovechó para preguntarle si le gustaba los payasos. Mientras tanto, del otro lado de esa puerta blanca del hospital, Arturo comenzó a sentirse nervioso. Las manos le sudaban un poco, las piernas temblaban ligeramente. Decidió alejarse y volver otro día cuando tuviera la valentía necesaria para entablar una conversación con Susan. Pasó nuevamente por el semáforo, y el anciano con rasgos orientales seguía sin aparecer. Con una sensación de derrota típica de febrero, Arturo regresó a casa y se sentó frente a Dormitar, su fiel compañero. A diferencia de años anteriores, en esta ocasión no necesitó prepararse una taza de café, como solía hacer a mediodía, casi como un ritual. Esta vez era diferente. Había visto a Susan Blue a los ojos y prefería disfrutar de la intensidad de su mirada, saboreándola despacio, como si fuera un café exquisito. A esa hora, aún llevaba pintada en su rostro la cara del payaso, mientras pensaba en ella. Señorita Susan... El simple hecho de tenerla tan cerca y no poder acercarse lo desasosegaba. Tocar su mano parecía algo imposible.
-Creo conveniente que hable de ella conmigo. - dijo Dormitar.
Ahora estaba paralizado del miedo, pues aquel maldito gato siberiano acababa de hablarle. Vaya, vaya. Parece que el señor Dormitar tiene mucho que decir. ¡Qué susto se llevó Arturo cuando aquel gato decidió hablarle!
-Ya que estamos aquí, hablemos de Susan Blue. Cuénteme todo lo que sucede con ella–insistió-. Además, ya comienzo a aburrirme aquí solo y usted no quiere ayudarse en este asunto siguiendo encerrado y guardando todo solo para usted.
A Dormitar no le gusta estar solo y parece que Arturo no quiere guardar todos sus problemas para sí mismo. ¡Qué emocionante!
Arturo seguía aterrado.
-Quite esa cara hombre, es que así me agrada menos. –dijo el gatito.
Pero cuidado con esa cara de sorpresa, ¡Dormitar no lo tolera! Comenzó a levantarse lentamente del sillón para alejarse de aquel felino y este le pego con su cola como amaestrándole.
- ¡Quédese donde esta y quite la cara de sorpresa dado que usted ya sabe quién soy yo!
- ¿lo… sé? -preguntó inseguro.
-En la carta que leyó de mí… entonces sabe que me llamo Dormitar, aunque existe quien aún me llama Anatatowatashi. De cualquier forma, está bien sabiendo que todo es cuestión de costumbre, aunque prefiero que me llame Dormitar y no con el otro nombre, no ese, ese no. Dormitar esta mejor.
Parece que Arturo descubrió quién es Dormitar en una carta que leyó, pero no parece tener claro lo que este gato quiere de él. Bueno, al menos ya sabemos que Dormitar prefiere que le llamen Dormitar y no Anatatowatashi (¡vaya nombre!).
- ¿Qué desea de mí? -le preguntó con un poquito más de carácter.
Dormitar comenzó a reír y Arturo era el motivo.
-Es usted quien desea algo de mí y por ello estoy aquí, aunque a la fuerza claro está. Si de mí dependiera ya me hubiera marchado y más cuando me dejo abandonado por días en el semáforo, lo cual me hace odiarlo, pero necesito que todo se dé con Susan Blue. Es simple. Para comenzar, sé que su mal comienza con una mujer y por fortuna yo no conozco ninguna, y digo con fortuna dado que ellas son el mal de todos los males. Toco madera. –dijo frotándose sus patitas. Arturo de inmediato sonrió. –no soy gracioso señor Arturo, no lo soy. Evite las risas conmigo si quiere que algún día lo trate bien.
Dormitar de verdad le odiaba, pero Arturo no entendía eso, pensaba que aquel gato era cascarrabias y lo llevo hasta la sala de la casa para depositarlo sobre una mesita de madera con la cual uno se encuentra desde cualquier parte de aquella sala.
-Lo siento señor Dormitar. Es que usted dice que toca madera y se toca a usted mismo y… bueno. Olvidémoslo.
Dormitar le miraba con seriedad desde la mesita donde se encontraba. Está convencido de que todas las mujeres son el mal y no quiere tener nada que ver con ellas. ¡Qué graciosito! Aunque Arturo mejor se guarda las risas si quiere llevarse bien con Dormitar.
De momento se abalanzó sobre él y amarro sus manos, tapo sus ojos con aquella cinta roja que lo envuelve y dejo pelos fríos sobre su pecho para evitar que durmiera.
-No tenga usted miedo. Tranquilo. Relájese.
Mientras Arturo se suavizaba en su mente mantenía la imagen de Susan. Comenzó a pensar que estaba con él, pero no pudo materializarla.
-Cuando lo desate y vea la luz deberá ir directo a una hoja de cuaderno y escribir todo lo que dormito conmigo como si de notas se tratara.
- ¿Con que fin? –pregunto Arturo.
-Con el fin de que todo quede registrado. Por ello estoy aquí. Por ello usted me busca. Así que a partir de ahora no volverá a fumar ni tomar café. Debemos saber si es realidad o chifladura todo lo que le pasa y a la vez buscar la forma de estar cerca de Susan Blue, es que usted debe llevarme a ella.
- ¿Sin café? Que locura.
-Noto en usted síntomas de falta de valentía, –dijo Dormitar- por ello debo solucionarlo todo desde adentro y ello lo conseguiremos escribiendo. Mirare sus letras y caligrafía, frases y expresiones y sabré que es aquello que dice, es que a mí no me pasa lo mismo que a usted, ya le dije que no conozco una mujer.
Esa vez Dormitar le dejo cerca de dos horas en el suelo, luego le desato las manos y destapo los ojos. Cuando Arturo lo volvió a ver, Dormitar estaba recibiendo el sol que pasaba por la ventanita de la puerta y entonces lo tomo en sus manos y lo alejo de allí.
- ¿Piensa usted en que se lo roben? Señor Dormitar, usted no puede tomar el sol de esa forma, no de manera directa. Se lo tiene prohibido. Es que podría aparecer un amante de los gatos y llevárselo.
-Déjeme ir o morir- dijo. -prefiero eso a seguir aquí con usted. Ya encontrare la forma de cumplir con mi misión.
¿Y qué pasa cuando Arturo piensa en la muerte? Dormitar se quiere dejar morir, pero Arturo le recuerda que eso no es bueno para su especie. ¡Qué drama!
-No tenga usted miedo. Tranquilo. Relájese. Compórtese o lo devuelvo al semáforo.
Dormitar abrió los ojos y se sintió ofendido por aquella frase dado que sintió gran humillación por haber sido dejado allí, y es que se sentía tan importante y orgulloso de sí mismo que darse cuenta de que lo habían depositado en una esquina le dañaba su ego. Guardo silencio y supo tener resignación. Parece que a Dormitar le dolió en el orgullo haber sido dejado en una esquina. ¡Pobrecito! En fin, aquí estamos, esperando a ver qué sucede con esta extraña relación entre un hombre y un gato.
Ante aquella ofensa, Dormitar le exigió escribir.
Señorita Susan:
La he visto de nuevo y aquello me paralizo el corazón. No se imagina usted la descarga química que tuve con solo verla… enserio, me resulto impredecible que yo pudiera reaccionar así con tan solo reparar en su presencia. Descubro que aun la quiero. No se me extrañe ni se asuste, por favor, no haga ni se comporte de la forma tonta y torpe que mi cuerpo expresa, eso déjemelo a mí y solo a mí para que una posible charla entre los dos se pueda dar. Es que imagínese que los dos seamos un poco torpes hablando, no llegaríamos nunca a nada. Claro es que eso nunca pasaría dada su extraordinaria forma de ser. ¿Aun es como hace 10 años? ¿Aún tiene esa personalidad que me atrapo? Repaso en mi mente aquellos recuerdos donde cantaba y bailaba y le era fácil llevarse bien con todas las personas del ejército, desde el más alto rango al más bajo como el mío, un soldado bachiller. Usted, con una forma de actuar sumamente extrovertida pero que no rayaba en lo latosa ni inoportuna, muy por el contrario, todos querían tenerla presente, como yo ahora; Es que comencé a fijarme en usted en silencio sin que nadie notara que me gustaba o que había comenzado a quererla… me lo tenía tan celosamente guardado que me parecía trivial hacer público mis sentimientos ¿Cómo podría usted llegar a gustar de mí? Sus ofertas eran tan grandes que podía escoger a quien quisiera y cuando lo quisiera, y curiosamente no lo hacía, así que eso me llevaba a quererla más. ¿Podría quererme ahora? Mire que tengo tiempo para que hablemos solo un poco y se deja fascinar con mis defectos y el derroche de mis silencios, de mis miradas fugaces y de la descripción casi grafica de una persona que se pone nerviosa con solo imaginar verla… Venga a mi señorita Susan, es que no soy capaz de ir por usted.
Atentamente, Arturo Jerez.
Arturo, el chico de buen corazón, siguió con sus buenas acciones en el hospital, pero decidió evitar la parte donde se encontraba Susan. Aunque en sus momentos libres sentía la tentación de ir a verla cada día a las 11:43 de la mañana, solo para eso, para verla. Y así fue como un día se acercó nuevamente a la ventana con su nariz de payaso. ¡Y ahí estaba Susan, volteando y saludándolo con su mano! Arturo no pudo resistirse y colocó sus dedos en la ventana de aquella puerta blanca. Pero justo en ese momento, ¡apareció María por detrás!
-Resulta que aquel día Susan me confesó que le gustaban los payasos. - dijo María.
Arturo sonrió, permaneciendo pegado a la ventana. Susan cerró los ojos y se relajó con su tratamiento. En ese momento, Arturo se dio cuenta de que su atracción por ella iba más allá de su apariencia física. Pensó que quizás había alguien más que la amaba, al igual que él, y su esposo seguramente la veía de la misma manera. Sin embargo, Arturo estaba completamente ajeno a la vida y las emociones de Susan Blue.
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